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H abía decidido permanecer inmóvil, observando detenidamente el reciente hallazgo: detrás de aquellas gafas metálicas para corregir una miopía evidente, aquel traje informal en tonos azules y la ridícula corbata anudando el cuello de una camisa asalmonada, se escondía sin lugar a dudas la huella del señor Ji Chin, una máquina de aspecto humanoide que había conseguido penetrar en el salón donde se reunía el Politburo de los planetas de nuestra constelación. Yo sólo era un simple fotógrafo, pero al analizar las imágenes vi como el sensor 'sonreír' de mi cámara estaba haciendo capturas constantemente del hasta entonces individuo. «Ningún ser es capaz de ser tan feliz en un momento como este» me dije, pero no reaccioné en su debido momento, el invitado se percató de ello y decidió poner en marcha el maléfico plan para el que había sido programado. Sin más dilaciones dio comienzo el baño de sangre y aceites industriales, abrió contra todos los humanos y lo
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